Resumen del libro::
Por Juan José Hernández Méndez
Un leñador y una leñadora tenían siete hijos, todos varones. El mayor tenía diez años y el menor,
siete.
Eran muy pobres y sus siete hijos eran una pesada carga ya que
ninguno podía aún ganarse la vida. Sufrían además porque el menor era muy
delicado y no hablaba palabra alguna. Era muy pequeñito y cuando llegó al mundo
no era más gordo que el pulgar, por lo cual lo llamaron Pulgarcito.
Sobrevino un año muy difícil, y fue tanta la hambruna, que esta
pobre pareja resolvió deshacerse de sus hijos. Una noche, el leñador, sentado
con su mujer junto al fuego le dijo:
—Tú ves que ya no podemos alimentar a nuestros hijos; ya no me
resigno a verlos morirse de hambre, y estoy resuelto a dejarlos perderse mañana
en el bosque, lo que será bastante fácil, sólo tendremos que huir sin que nos
vean.
—¡Ay! exclamó la leñadora, ¿serías capaz de dejar tu mismo perderse
a tus hijos?
Por mucho que su marido le hiciera ver su gran pobreza, ella no
podía permitirlo; era pobre, pero era su madre.
Pulgarcito oyó todo lo que dijeron pues, habiendo escuchado desde su
cama que hablaban de asuntos serios, se había levantado muy despacio y se
deslizó debajo del taburete de su padre para oírlos. Volvió a la cama y no
durmió más, pensando en lo que tenía que hacer.
Se levantó de madrugada y fue hasta la orilla de un riachuelo donde
se llenó los bolsillos con guijarros blancos, y en seguida regresó a casa.
Partieron todos, y Pulgarcito no dijo nada a sus hermanos de lo que sabía.
Fueron a un bosque muy tupido. El leñador se puso a cortar leña y sus niños a
recoger astillas para hacer atados. El padre y la madre, viéndolos preocupados
de su trabajo, se alejaron de ellos sin hacerse notar.
Cuando los niños se vieron solos, se pusieron a bramar y a llorar a
mares. Pulgarcito los dejaba gritar, sabiendo muy bien por dónde volverían a
casa; pues al caminar había dejado caer a lo largo del camino los guijarros
blancos que llevaba en los bolsillos. Entonces les dijo:
—No teman, hermanos; mi padre y mi madre nos dejaron aquí, pero yo
los llevaré de vuelta a casa.
Lo siguieron y él los condujo a su morada por el mismo camino que
habían hecho hacia el bosque.
En el momento en que el leñador y la leñadora llegaron a su casa, el
señor de la aldea les envió diez escudos que les estaba debiendo desde hacía
tiempo y cuyo reembolso ellos ya no esperaban. Esto les devolvió la vida ya que
los infelices se morían de hambre. El leñador mandó en el acto a su mujer a la
carnicería.
Cuando estuvieron saciados, la leñadora dijo:
—¡Ay! ¿Qué será de nuestros pobres hijos? Buena comida tendrían con
lo que nos queda. Bien decía yo que nos arrepentiríamos. ¿Qué estarán haciendo
en ese bosque? ¡Ay!: ¡Dios mío, quizás los lobos ya se los han comido!
El leñador se impacientó al fin, pues ella repitió más de veinte
veces que se arrepentirían y que ella bien lo había dicho. Él la amenazó con
pegarle si no se callaba.
La leñadora estaba deshecha en lágrimas.
—¡Ay! ¿Dónde están ahora mis hijos, mis pobres hijos? Una vez lo
dijo tan fuerte que los niños, agolpados a la puerta, la oyeron y se pusieron a
gritar todos juntos:
—¡Aquí estamos, aquí estamos!
Ella corrió de prisa a abrirles la puerta y les dijo abrazándolos:
—¡Qué contenta estoy de volver a verlos, mis queridos niños!
Se sentaron a la mesa y comieron con un apetito que deleitó al padre
y la madre; contaban el
Susto que habían tenido en el bosque y hablaban todos casi al mismo
tiempo. Estas buenas gentes
Estaban felices de ver nuevamente a sus hijos junto a ellos.
Cuando se gastó todo el dinero, recayeron en su preocupación
anterior y nuevamente decidieron perderlos; pero para no fracasar, los
llevarían mucho más lejos que la primera vez.
No pudieron hablar de esto tan en secreto como para no ser oídos por
Pulgarcito, quien decidió arreglárselas igual que en la ocasión anterior; pero
aunque se levantó de madrugada para ir a recoger los guijarros, no pudo hacerlo
pues encontró la puerta cerrada con doble llave. No sabía que hacer; cuando la
leñadora, les dio un pedazo de pan como desayuno; pensó entonces que podría
usar su pan en vez de los guijarros.
El padre y la madre los llevaron al lugar más oscuro y tupido del
bosque y junto con llegar, tomaron por un sendero apartado y dejaron a los
niños.
Pulgarcito no se afligió mucho porque creía que podría encontrar fácilmente
el camino; pero quedó muy sorprendido cuando no pudo; habían venido los pájaros
y se lo habían comido todo.
De lo más afligidos, más se hundían en el bosque. Vino la noche, Por
todos lados creían oír los aullidos de lobos que se acercaban a ellos para
comérselos. Empezó a caer una lluvia tupida que les caló hasta los huesos.
Pulgarcito se trepó a la cima de un árbol para ver si descubría algo;
girando la cabeza de un lado a otro, divisó una lucecita como de un
candil, bajó del árbol; y cuando llegó
al suelo, ya no vio nada más; esto lo desesperó. Sin embargo, después de
caminar un rato con sus hermanos hacia donde había visto la luz, volvió a
divisarla al salir del bosque.
Llegaron a la casa donde estaba el candil, Golpearon a la puerta y
una buena mujer les abrió. Les preguntó qué querían; Pulgarcito le dijo que
eran unos pobres niños que se habían extraviado en el bosque y pedían albergue
por caridad. La mujer, viéndolos a todos tan lindos, se puso a llorar y les
dijo:
—¡Ay! mis pobres niños, ¿dónde han venido a caer? ¿Saben ustedes que
esta es la casa de un ogro que se come a los niños?
La mujer del ogro, que creyó poder esconderlos de su marido hasta la
mañana siguiente, los dejó entrar y los llevó a calentarse a la orilla de un
buen fuego, pues había un cordero entero asándose al palo para la cena del
ogro.
Cuando empezaban a entrar en calor, oyeron tres o cuatro fuertes
golpes en la puerta: era el ogro que regresaba. En el acto la mujer hizo que
los niños se ocultaran debajo de la cama y fue a abrir la puerta.
El ogro sacó a los niños de debajo de la cama, uno tras otro. Los
pobres se arrodillaron pidiéndole misericordia; Fue a coger un enorme cuchillo
y mientras se acercaba a los infelices niños, lo afilaba en una piedra que
llevaba en la mano izquierda. Ya había cogido a uno de ellos cuando su mujer le
dijo:
—¿Qué queréis hacer a esta hora? ¿No tendréis tiempo mañana por la
mañana?
—Cállate, repuso el ogro, así estarán más tiernos.
—Pero todavía tenéis tanta carne, replicó la mujer; hay un ternero,
dos corderos y la mitad de un puerco
—Tienes razón, dijo el ogro; dales una buena cena para que no
adelgacen, y llévalos a acostarse.
El ogro tenía siete hijas muy chicas todavía. Las habían acostado
temprano, y estaban las siete en una gran cama, cada una con una corona de oro
en la cabeza.
Pulgarcito; que había observado que las hijas del ogro llevaban
coronas de oro en la cabeza y temiendo que el ogro se arrepintiera de no
haberlos degollado esa misma noche, se levantó en mitad de la noche y tomando
los gorros de sus hermanos y el suyo, fue despacito a colocarlos en las cabezas
de las niñas, después de haberles quitado sus coronas de oro, las que puso
sobre la cabeza de sus hermanos y en la suya a fin de que el ogro los tomase
por sus hijas, y a sus hijas por los muchachos que quería degollar.
La cosa resultó tal como había pensado; pues el ogro, habiéndose
despertado a medianoche, se arrepintió de haber dejado para el día siguiente lo
que pudo hacer la víspera. Salió, pues, bruscamente de la cama, y cogiendo su
enorme cuchillo:
—Vamos a ver, dijo, cómo están estos chiquillos; no lo dejemos para
otra vez.
Subió entonces al cuarto de sus hijas y se acercó a la cama donde
estaban los muchachos; todos dormían menos Pulgarcito que tuvo mucho miedo
cuando sintió la mano del ogro que le tanteaba la cabeza, como había hecho con
sus hermanos. El ogro, que sintió las coronas de oro:
—Verdaderamente, dijo, ¡buen trabajo habría hecho! Veo que anoche
bebí demasiado.
Fue en seguida a la cama de las niñas donde, tocando los gorros de
los muchachos:
—¡Ah!, exclamó, ¡aquí están nuestros mozuelos!, trabajemos con
coraje.
Diciendo estas palabras, degolló sin trepidar a sus siete hijas. Muy
satisfecho después de esta expedición, volvió a acostarse junto a su mujer.
Apenas Pulgarcito oyó los ronquidos del ogro, despertó a sus
hermanos y les dijo que se vistieran rápido y lo siguieran. Bajaron muy
despacio al jardín y saltaron por encima del muro. Corrieron durante toda la
noche, tiritando siempre y sin saber a dónde se dirigían.
El ogro, al despertar, dijo a su mujer:
—Anda arriba a preparar a esos chiquillos de ayer.
Muy sorprendida quedó la ogresa ante la bondad de su marido sin
sospechar de qué manera entendía él que los preparara; y creyendo que le
ordenaba vestirlos, subió y cuál no sería su asombro al ver a sus siete hijas degolladas
y nadando en sangre. El ogro, temiendo que la mujer tardara demasiado tiempo,
subió para ayudarla, Cuando vio este horrible espectáculo.
—¡Ay! ¿Qué hice? exclamó. ¡Me la pagarán estos desgraciados, y en el
acto!
—Echó un tazón de agua en la nariz de su mujer y haciéndola volver
en sí:
—Dame pronto mis botas de siete leguas, le dijo, para ir a
agarrarlos.
Tomó finalmente el camino por donde iban los pobres muchachos que ya
estaban a sólo cien pasos de la casa de sus padres. Vieron al ogro ir.
Pulgarcito, que descubrió una roca hueca cerca de donde estaban, hizo entrar a
sus hermanos y se metió él también, sin perder de vista lo que hacía el ogro.
Pulgarcito sintió menos miedo, y les dijo a sus hermanos que huyeran
de prisa a la casa mientras el ogro dormía profundamente y que no se
preocuparan por él. Le obedecieron y partieron raudos a casa.
Pulgarcito, acercándose al ogro le sacó suavemente las botas y se
las puso rápidamente. Partió derecho a casa del ogro donde encontró a su mujer
que lloraba junto a sus hijas degolladas. —Su marido, le dijo Pulgarcito, está
en grave peligro; ha sido capturado por ladrones que han jurado matarlo si él
no les da todo su oro y su dinero. Me pidió que viniera a advertirle del estado
en que se encuentra, y a decirle que me dé todo lo que tenga disponible en la
casa porque de otro modo lo matarán sin misericordia.
La buena mujer, asustadísima, le dio en el acto todo lo que tenía.
Pulgarcito, entonces, cargado con todas las riquezas del ogro, volvió a la casa
de su padre donde fue recibido con la mayor alegría.
Cuentan que fue a ver al rey y le dijo que si lo deseaba, él le
traería noticias del ejército esa misma tarde. El rey le prometió una gruesa
cantidad de dinero si cumplía con este cometido.
Pulgarcito trajo las noticias esa misma tarde, y habiéndose dado a
conocer por este primer encargo, ganó todo lo que quiso; pues el rey le pagaba
generosamente por transmitir sus órdenes al ejército.
Después de hacer durante algún tiempo el oficio de correo, y de
haber amasado grandes bienes, regresó donde su padre, donde la alegría de
volver a verlo es imposible de describir.
Nadie se lamenta de una larga descendencia cuando todos los hijos
tienen buena presencia, son hermosos y bien desarrollados; más si alguno
resulta enclenque o silencioso de él se burlan, lo engañan y se ve despreciado.
A veces, sin embargo, será este mocoso
el que a la familia ha de colmar de agrados.
**BITÁCORAS DEL CLUB DE LECTURA**
**BITÁCORAS DEL CLUB DE LECTURA**
Fuente bibliográfica:
Autor: Charles Perrault
Titulo: Pulgarcito.
Editorial: Circulo de lectores.
Referencia portada del libro de Pulgarcito
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Acceso a la red - 26 mayo 2014
Que bien que organicen sus trabajos con bitácoras, que pueden servirles a otros alumnos que puedan ver su blog. muy bien.
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